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La poesía sí es política
Cuando la tierra va pariendo
sus mazorcas y los mares generosos iluminan la mesa pescadora, la palabra se
empapa de paradigmas, reclamando espacios de armonía justiciera. Nunca la
palabra resignó su misión luminosa, siempre fue profética, audaz y corajuda
para enfrentar la codicia de la bestia, atrincherada en sus palacios
monetarios.
La palabra fue, gota a gota, horadando pétreas estructuras, la aguda pluma
desmanteló fortificaciones. Miles de poetas y filósofos predicaron sin miedo
por catacumbas y desiertos. Floreció la esperanza, se endulzaron las hieles
cotidianas, un colibrí anunció la
victoria de los sencillos, se elevaron cánticos, la palabra se hizo pabellón de sueños, la
bestia sudaba su estiércol por los pasillos oscuros, ocultando sus tesoros en
islas vírgenes, escapando rastrera de la palabra en coro de las multitudes. La
libertad se levantó dolida y los relatos de los sobrevivientes remecieron las
conciencias. Las marejadas barrieron cadenas y se esparció el rocío salobre de
una nueva era, con la palabra enardecida llenándolo todo, removiendo los
vendajes del silencio complaciente, la pestilencia de los cobardes que hicieron
vista gorda a los abusos. La palabra ha vuelto a ser vertiente de júbilo y de
respeto a los mártires que persistieron por los túneles acorazados dejando
luciérnagas de esperanza que hoy lo iluminan todo.