Enorme nave para recorrer las mejores fantasías. Dos lunas de espejos dorados rodeaban el camastro rojo, el somier de malla metálica soportaba un gran colchón de lana, la colcha de seda y las sábanas de algodón crujiente, con bordados rococó en las fundas almidonadas.
La habitación era alta, amplia, con cortinas guindas y visillos bordados en hilo, con las figuras de corceles que parecían brotar del verde de un nogal que sombreaba la ventana. Un gobelino llenaba la muralla y una toilette con espejos rebatibles, era el espacio íntimo para que el maquillaje convirtiera pálidas mejillas en fuego de deseo.
Cuando entraste en ese cuarto clandestino y a media luz, se encendieron tus pupilas de una curiosidad extraña. Traías tu baby doll negro en tu cartera, la medias negras con portaligas, el soutien negro elevando como promesas tu pechos niños. Ibas preparada para esas dos horas de desfachatez y lujuria. El rouge carnesí de tus labios, auguró exploraciones sorprendentes, tus orejas lucían sus pétalos al tono de la pasión que mis susurros provocaban.
Fue así que, de pronto, inundaste la penumbra con tu piel muy blanca, empinada en esa desnudez soñada que, apenas, cubría el baby doll, enardeciendo mis sentidos, cayendo juntos al mullido lecho, confuso entre tus muslos, en un desvarío que no se detuvo hasta quedar entrelazados, como enredaderas de fuego que la lluvia apaciguaba.
Llegó entonces la hora de conversar, abrazados, cara a cara, comenzamos a descubrirnos en ese breve intermedio, con algunas palabras cautas, que se nos ocurrían a ambos, sin querer arriesgar más de lo necesario en el juego que nos tenía, por primera vez, en esa casa de citas; infieles ambos, sin decir te amo en ningún momento, musitando sólo deseos, sin más expectativa que gozarnos mutuamente.
Queriendo tú y yo, evitar argumentos, volvimos a escalar al placer sin remordimientos, finalmente nos duchamos juntos y preparamos la salida, discreta, serena y relajada. Un beso en la mejilla y un hasta la próxima, sellaron el momento. Sólo tu pelo húmedo, a media tarde, habría podido generar sospechas de nuestro encuentro en esa matinée con velador, pero era diciembre y el calor justificaba empaparse.
Caballero de la Rosa