lunes, 18 de julio de 2011

Motricidad fina

Acércame tus labios

para volver a creer en ellos.

Déjame en un beso desabotonar tu blusa

y recuperarte cual cereza de fuego

en la plenitud de tus escalofríos.

Déjate explorar por mis dedos temblorosos

que juguetean nerviosos con los broches

de tu brasier, en esa torpeza adolescente

que se quedó conmigo para siempre.

viernes, 8 de julio de 2011


Imagen de Pan de Azúcar a 20 km de Chañaral

Llueve en el desierto de Atacama. Desde Chañaral una visión matinal de este espectáculo inusual.

La tierra del desierto es dura, pedregosa, no absorbe con facilidad la lluvia, el agua se va apozando y las calles que no tienen desagües pluviales comienzan a convertirse en grandes lagunas. Los comerciantes improvisan barricadas en la puerta de sus negocios para que el agua no entre, pero igual el efecto de la lluvia se advierte en el interior. Es que la gente del norte no se preocupa de que los techos estén seguros, ni siquiera tienen canales para las aguas lluvias. Por lo tanto, el daño que causa una lluvia intensa es notorio, porque el agua ingresa libremente a las casas. Pero, más allá de los plásticos que flamean al viento, lo de hoy es un regalo, que disfrutan niños pequeños aprendiendo lo que es un paraguas, caminando felices entre los charcos.

Sé que hablar del clima es el más común de los lugares, pero, en este caso es relevante pues ocurre en una ciudad instalada en medio del desierto, en un suelo rocoso, rico en minerales, cuestión que determina una actitud en toda la población que mira hacia el pique, hacia la montaña que se orada para extraerle sus tesoros. Aunque también está el hombre de litoral, el chango atacameño que ve en el mar su fuente de vida y sustento.
Son episodios que dejo como apuntes de una larga vecindad, acá en Atacama, una región que he conocido a fondo y que se ha hecho mi amiga, mostrándome sus muchos secretos.

lunes, 4 de julio de 2011

Poemas desde mi barrio, América.: Alquimias


Poemas desde mi barrio, América.: Alquimias

En probetas de greda incaica he indagado por tu génesis, Atacama. Rasmillones en la roca me confidenciaron de tus ilusiones galácticas. Empinado en el espiral del fuego superé las eras del hielo, pero se secó la sal y quedó el perfil del desierto embalsamado como una gran interrogante.

¿Qué familia de colosos bebió la energía en el Salar de Plato de Sopa? ¿Quién domesticó las Lagunas Bravas? ¿Qué gigante niño jugó con las rocas partidas, amontonadas frente a la playa Conchillas? ¿Qué artesano esculpió mastodontes y mamuts en la franja costera de Rodillo? ¿Cuántos fantasmas acumulados a la vera del camino se han quedado clavados a los crepúsculos de Caldera?

Sigo mi camino, deambulando sin un norte, atrapado a una nostalgia difusa, que viene del traslape de confusas dimensiones y se pega a la piel como camanchaca salobre de la fría madrugada. Así, fui recorriendo los arrecifes y urgué las arenas buscando el alimento del mar para sobrevivir a mis fantasmas.

Estoy deslumbrado, forastero perenne, inventando vertientes en las rocas eternas, cavando por vellocinos de oro, por pactos endiablados que retumban en los encierros magnéticos de los socavones.

Veo almas en pena deambular por ellos, buscando la veta de la juventud eterna. Y transpiran mis manos en el frenesí del espejismo dorado y claudico, como tantos, al embrujo del brillo.

Sin embargo, a poco andar, hinco la rodilla en tierra y escapo luego de las garras del oro, resguardado en la lisonja de mi abuela, que ha venido con su haz de luz a proteger mis pasos.

En la alquimia secreta del desierto, establezco mi oasis y quedo convertido en un cometa que se escapa y vuela libre por las fronteras de los acantilados, besando el mar, recuperando el candor de las auroras, libre amante persistente de los amaneceres de Atacama.

Hernán Narbona Véliz, 4 de julio de 2011.