lunes, 27 de junio de 2011

A MI VALPARAISO

Sobre verdes quillayes

Y tus antiguos templos
¡ que algún bueno bendijo ¡

En los quehaceres del tiempo

<< nace mi Valparaíso >>


Descendiendo hacia el eterno mar

Por reales y sinuosas escaleras

Bajo el cielo celeste infinito

Con fragante aroma a primavera.


Casas colgando de tus cerros

Como flores del jardín del Edén

Con el serpenteo del “camino cintura”

Con su gente buena, altiva y de bien.


Es un incontable hechizo

Con tu hermosa arquitectura

Eso eres y serás Valparaíso

Un espejismo y una postal

Un relato de un cuento

Una ciudad-puerto, inmortal.


Amalgamada al bravío mar

De callejuelas y ascensores

Con imponentes miradores

Alguien te bautizo e hizo

No hay otro, Valparaíso

Glorioso puerto de pescadores.


Enclavada en el extremo sur

De la América morena

Tu voz se escucha y es universal

De un Chile largo y alto

O tal vez, un montón de mineral.

Famosa por tus frutas

Sus mujeres y, su inmenso mar


Richard E. Vergara Bravo

Octubre 2010.-

jueves, 2 de junio de 2011

Caserita


Caserita…

Zarandeaba el canasto de mimbre en medio del mercado, las papas chilotas soltaban la tierra gredosa y se iban limpiando, disimulando sus ojos misteriosos. La pilastra se preparaba de madrugada, se disponían las frutas más seductoras, se hilvanaba la madrugada entre aromas, las betarragas de color granate y los apios verdes iban creando banderolas, los morrones rojos, verdes y amarillos, trepaban sus aromas encantados; los repollos y las zanahorias competían en alegría con las lechugas melancólicas. Más allá las naranjas, las manzanas deliciosas y las verde limón; los plátanos ecuatorianos reposaban su larga travesía.

La armonía del amanecer se congregaba en la ceremonia del mercado que despertaba y un tropel de hombres abrigados entraba y salía preparando todo. En un canasto oloroso, llevado por una abuela milenaria, los panes batidos asomaban la palta con arrollado huaso y el té o el café humeantes llenaban de aromas el reposo después de la tarea cumplida.

La tienda estaba abierta y se inauguraba un nuevo día, cantando a la vida con alegría, con las romanas limpias, los pasillos baldeados y las gargantas listas para cautivar a las caseras madrugadoras que venían de sus negocios a elegir la verdura de mañana. La vida se engalanaba de chistes y risas, el verdulero nunca necesito de psicólogos para enfrentar el día, nunca conjugó depresiones y cual mazorca otoñal siempre tuvo la sonrisa para enfrentar el alba.

Las crónicas que escribieron esos mercados en las nobles estructuras diseñadas por Eiffel, son el patrimonio intangible que da a mi puerto su más singular identidad. Caserita, pase, pruebe con confianza, las uvas de la vida coquetean con su pelo y hoy está más linda, se lo dice un feriante avezado desde los extendidos mercados del planeta.

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Relatos porteños, 02 junio 2011.